Día 4: EL LIBRO QUE NO VOY A LEER
¿No te ha pasado alguna vez en el colegio una amiga o amigo te estaban contando algo y no llegaba al final? Qué fea esa sensación de no saber qué pasará.
Esto también sucede con nosotros. Cuántas veces nos preguntamos ¿Qué pasará de aquí a 5 o 10 años?, ¿llegaré a estudiar la carrera que sueño?, ¿viviré en otro país?, ¿me casaré con mi crush? Te das cuenta de que no saber lo que vendrá o pasará nos causa miedo, miedo de que tal vez no se cumplirán nuestros sueños, o nada saldrá como esperamos.
Muchas veces las circunstancias a nuestro alrededor, o la manera en la que nos vemos a nosotros mismos; hacen que sea difícil creerle a Dios por lo que nos ha prometido, o incluso creer lo que él dice de nosotros con respecto a esas promesas. Nos frustra no saber el final, nos da miedo porque basamos nuestro éxito de hoy en nuestros fracasos, heridas o experiencias de ayer.
Vemos esta situación repetidamente en la Biblia. Dios envió a Moisés a liberar a su pueblo, Dios veía en él cosas que Moisés no veía en él mismo. Moisés veía su fracaso, el pasado que lo perseguía y lo incapaz que se sentía para cumplir la tarea, pero Dios no. Dios llama a Jeremías a ser profeta, a lo que Jeremías responde con miedo e inseguridad: “Soy muy joven”, pero Dios veía mucho más en él. Y así llegamos a la historia de Abraham, un hombre de fe. Dios le da la promesa de que él tendría una descendencia innumerable a pesar de que Abraham ya era un hombre muy anciano y su esposa también. A lo largo de su historia vemos como Dios le recuerda esta promesa en diferentes ocasiones.
En Génesis 17:4-5 vemos cómo Dios hace un pacto con Abram cambiando su nombre por Abraham que significa “padre de naciones”. Dios sella su promesa con Abraham dándole identidad. Lo llamó padre aun cuando no había podido tener un hijo con su esposa Sara.
Y Dios sigue haciendo esto con nosotros hoy. Nos llama por lo que él ve en nosotros, no por lo que nosotros vemos en nosotros mismos. Sin embargo, hemos permitido que las circunstancias nos definan y nos detengan de vivir todo lo que Dios tiene por nosotros.
Mientras el mundo nos llama a vivir disconformes y confundidos con quienes somos, Dios nos llama sus hijos amados, diciendo que somos lo más preciado para él (Isaías 43:4). Y en la espera de ver el milagro o la promesa cumplida en nuestras vidas, puedes estar seguro de que Dios no solo cumplirá su promesa, sino que te llamará por como él te ve; Dios define sus promesas no por lo que está sucediendo, no por lo que tú crees de ti mismo, sino por lo que él dice. Naciste con identidad, propósito y destino.
Si la enfermedad viene a tu vida y estás en busca de un milagro médico, Dios te llama sano; si sientes que eres rechazado, Dios te llama escogido, elegido, y aceptado; si te sientes esclavo de un hábito dañino, Dios te llama libre en él; si sientes culpa y condenación, Dios dice que eres la justicia de Dios en Cristo; si piensas que nada de lo que has hecho es perdonable, Dios te llama perdonado; y si sientes que tu vida no tiene sentido, Dios te llama pueblo escogido.
Recuerda:
Hay capítulos de tu vida que siguen siendo escritos, pero ya no permitas que nada te paralice de experimentar todo lo que Dios tiene por ti. Estás escribiendo un libro, y es verdad, te va a costar cada página que escribas, pero cuando llegue el final de tu vida, serás un libro que otras personas podrán leer. ¿Qué historia quieres que lean?
Confía en lo que Dios dice de ti, eso es más que poderoso y suficiente; eres hijo de Dios, y el nombre de Jesús respalda el valor de tu etiqueta.
Versículos:
Dios les dio nueva vida, pues los resucitó juntamente con Cristo. Por eso, dediquen toda su vida a hacer lo que a Dios le agrada. Piensen en las cosas del cielo, donde Cristo gobierna a la derecha de Dios. No piensen en las cosas de este mundo. Pues ustedes ya han muerto para el mundo, y ahora, por medio de Cristo, Dios les ha dado la vida verdadera. Cuando Cristo venga, también ustedes estarán con él y compartirán su gloriosa presencia. (Colosenses 3:1-4)
Pero aquellos que la aceptaron y creyeron en ella, llegaron a ser hijos de Dios. (Juan 1:12)
La ley fue como un maestro que nos guió y llevó hasta Cristo, para que Dios nos aceptara por confiar en él. 25 Pero ahora que ha llegado el tiempo en que podemos confiar en Jesucristo, no hace falta que la ley nos guíe y nos enseñe.
Ustedes han confiado en Jesucristo, y por eso todos ustedes son hijos de Dios. Porque cuando fueron bautizados, también quedaron unidos a Cristo, y ahora actúan como él. Así que no importa si son judíos o no lo son, si son esclavos o libres, o si son hombres o mujeres. Si están unidos a Jesucristo, todos son iguales. Y si están unidos a Cristo, entonces son miembros de la gran familia de Abraham, y tienen derecho a recibir las promesas que Dios le hizo. (Gálatas 3:24-29)