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Día 2: REFLEJOS

¿Alguna vez has pasado al costado de un carro que tiene las ventanas muy sucias y te has visto?, o ¿te has mirado en esos espejos que tienen pequeñas variaciones en el vidrio y hacen que te veas diferente? ¿Al subir un selfie a Instagram te has demorado en escoger el filtro que más oculte las imperfecciones? ¿Tú cambiaste?, ¿no, verdad? solo cambió lo que el reflejo mostraba.

Pasamos mucho tiempo escondiéndonos detrás de los reflejos equivocados.

Así como vimos ayer, tenemos un enemigo que está constantemente intentando distorsionar nuestra manera de vernos, de valorarnos, e incluso no solo a nosotros mismos, sino a los demás y cómo vemos a Dios, porque todo esto, de alguna manera, nos define.

En la Biblia encontramos la historia de David. Él era pastor de ovejas, el menor de sus hermanos, era a quien su padre excluía y veía diferente. Incluso cuando Dios le dijo a Samuel el profeta que buscara un nuevo rey para ungir, y le dijo que buscara a los hijos de Isaí (papá de David), él llamó a todos sus hijos menos a David. Sin embargo, entre sus hermanos, David fue escogido como rey. David también tuvo que enfrentar a un gigante, nadie creía que podría hacerlo, nadie esperaba nada de él porque solo veían a un muchacho sin el físico para lograrlo. Sin embargo venció al gigante.

La vista humana busca y mide en base a apariencias, Dios no.

Muchos años después David pasó uno de los capítulos más oscuros de su vida. Él comenzó a desear a la mujer de otro, y no solo eso, sino que indirectamente provocó la muerte del que era su esposo. Después de esto, él escribió el Salmo 51 donde expresa su arrepentimiento, reconoce su error y fracaso.

Algunas veces en nuestro día a día vamos a vernos a través de diferentes reflejos, tal vez el reflejo de lo que otros ven y piensan de ti, el reflejo de los “no puedes lograrlo”, de nuestras metidas de pata, de nuestras familias rotas, estos son solo ventanas sucias que no cambian quien verdaderamente eres: Un hijo de Dios.

En Lucas 11, Jesús establece la manera en la que podemos acercarnos a Dios, diciendo que comencemos la oración así: “Padre nuestro”; es decir, que nos acerquemos a Dios como hijos, que ante cualquier situación nos identifiquemos como hijos.

Sin embargo, muchas de las cosas que creemos que nos hacen ser quienes somos, están equivocadas y alejadas de lo que Dios siempre pensó para nosotros. Tu cometiste un error, pero no eres tu error, de repente si fracasaste en algo, pero no eres un fracaso.

Entonces ¿Cuál es el reflejo que debo ver? Así sea una ventana sucia o limpia, en tu mejor o peor momento; siempre recuerda mirarte a través de la verdad de la Biblia.

Volviendo a David, él no se quedó en sus errores o en lo que otras personas decían de él, en cada momento se sumergió en la presencia de Dios buscando lo que Dios decía acerca de él, de sus situaciones, y siempre caminó en eso.

Te animo a aplicar esto en tu vida, comienza a buscar en la Biblia todo lo que Dios dice de ti, y aun a pesar de todo lo que hagas o suceda, tú siempre te verás (sea en una ventana sucia o limpia) como un hijo de Dios. Sin importar los espejos distorsionados que el enemigo ponga en tu camino, recuerda que tu reflejo principal y más importante es que eres hijo de Dios y jamás cambiará.

Recuerda:

  • Aplica esto en tu vida, comienza a buscar en la Biblia todo lo que Dios dice de ti, y aun a pesar de todo lo que hagas o suceda, tú siempre te verás (sea en una ventana sucia o limpia) como un hijo de Dios. Sin importar los espejos distorsionados que el enemigo ponga en tu camino, recuerda que tu reflejo principal y más importante es que eres hijo de Dios y jamás cambiará.

Versículos:

Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo. Soy una creación maravillosa, y por eso te doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso,¡de eso estoy bien seguro! Tú viste cuando mi cuerpo fue cobrando forma en las profundidades de la tierra; ¡aún no había vivido un solo día, cuando tú ya habías decidido cuánto tiempo viviría! ¡Lo habías anotado en tu libro! Dios mío, ¡qué difícil me resulta entender tus pensamientos! ¡Pero más difícil todavía me sería tratar de contarlos! ¡Serían más que la arena del mar! ¡Y aun si pudiera contarlos, me dormiría, y al despertar, todavía estarías conmigo! (Salmo 139: 13-18)

Pero ustedes son miembros de la familia de Dios, son sacerdotes al servicio del Rey, y son su pueblo. Dios mismo los sacó de la oscuridad del pecado, y los hizo entrar en su luz maravillosa. Por eso, anuncien las maravillas que Dios ha hecho. (1 Pedro 2:9)

Porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite llamar a Dios: «¡Papá!» El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, y nos asegura que somos hijos de Dios. Y cómo somos sus hijos, tenemos derecho a todo lo bueno que él ha preparado para nosotros. Todo eso lo compartiremos con Cristo. Y si de alguna manera sufrimos como él sufrió, seguramente también compartiremos con él la honra que recibirá. (Romanos 8:15-17)

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