Día 5: Para nunca olvidar
Todos alguna vez no hemos hecho la tarea; o la hicimos a última hora y salió mal, y lo primero que pedimos es “perdón”. Y por alguna razón, como humanos estamos programados a dos cosas: La primera es a querer ganarnos el perdón y merecer la recompensa y la segunda es, a no querer dar de la misma gracia que recibimos, justamente porque creemos que “otros” tampoco la merecen.
Cuando leemos la historia de Pedro, podemos ver dos escenarios: alguien que creía en merecer las oportunidades y que la gracia tenía un límite.
En Mateo 18:21 – 22, vemos como Pedro le pregunta a Jesús: “¿cuántas veces debo perdonar a alguien?¿Siete veces? A lo que Jesús responde: “No siete, sino setenta veces siete.” Y así como en esta conversación, en otras también podemos ver como Pedro siempre cuestionaba de alguna manera lo que Jesús hacía. Pedro no entendía porque Jesús siempre estaba cerca de personas que no merecían estar cerca a Él. Vemos un Pedro lleno de conceptos sobre quién merece y quién no, y vemos a Jesús siendo ejemplo de cómo responder en gracia.
Pedro, quien se jactaba de que él nunca negaría ni traicionaría a Jesús, lo hizo. Ya no tenía algo de qué jactarse sino más bien, tenía algo de qué avergonzarse. Sin embargo, en Juan 21:15-19, podemos ver el encuentro que cambiaría la vida de Pedro por siempre, su encuentro con la gracia. Aquí, Jesús le pregunta a Pedro si lo ama, y Pedro le responde que sí. Jesús le dice: “Entonces, alimenta a mis ovejas”. En otras palabras, “entonces ahora ama a mis ovejas, sirve a mis ovejas; da de lo mismo que has recibido”.
Pedro, quien caminó día a día con Jesús por mucho tiempo, no entendió la gracia hasta que esta misma gracia lo encontró y lo confrontó, y es igual con nosotros. No podemos dar abundante gracia si no somos conscientes que esta gracia está activa en nosotros siempre.
Nos encanta la idea de la gracia, pero también amamos las recompensas por nuestros propios esfuerzos. De alguna manera, queremos saber que somos buenos por nuestra propia cuenta, y queremos que todos lo sepan, es más, lo posteamos. Nos seguimos esforzando por la aprobación en lugar de descansar en el regalo que Dios nos da. Cuando se trata de recibir gracia nos encanta la idea, pero cuando se trata de darla se nos hace difícil.
Detengámonos aquí por un segundo. ¿Por qué intentamos que la gracia tenga sentido cuando se trata de recibirla, mas no cuando se trata de darla? Aceptamos a ciegas que la gracia sea inexplicable para nosotros, pero cuando se trata de darla necesitamos que haya una “buena razón”. Nos encanta recibir el perdón, pero no nos encanta tanto darlo.
Jesús, al ir a la cruz por nosotros pagó el precio más alto para que tengamos un acceso total a su trono de gracia, a él mismo. Y nada de lo que hagamos hoy nos separará de este amor. Y amamos que Jesús haya hecho esto por nosotros, pero cuando se trata de perdonar a alguien más queremos que sigan pagando el precio, una y otra vez. Tu te lo mereces y, ¿ellos no?
La gracia que Jesús vino a enseñar es así de escandalosa y poderosa. Su gracia no solo tiene el poder de cambiar tu vida, sino de cambiar la vida de los que te rodean. Hay poder en dar de la misma gracia que hemos recibido. Te sana a ti, y sana al que se la estás dando. Gracia no te pone por encima de nadie ni por debajo de nadie. Trae un balance a tu vida donde recibes y honras ese regalo. Donde das y amas a quién no lo merece.
Que este regalo no se quede guardado. Estas son buenas noticias y las buenas noticias existen para ser compartidas.
Versículos:
“Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:—Tú eras uno de los que estaban con Jesús, el galileo.
Pero Pedro lo negó frente a todos.—No sé de qué hablas—le dijo. Más tarde, cerca de la puerta, lo vio otra sirvienta, quien les dijo a los que estaban por ahí: «Este hombre estaba con Jesús de Nazaret».Nuevamente, Pedro lo negó, esta vez con un juramento. «Ni siquiera conozco al hombre», dijo. Un poco más tarde, algunos de los otros que estaban allí se acercaron a Pedro y dijeron:Seguro que tú eres uno de ellos; nos damos cuenta por el acento galileo que tienes. Pedro juró: ¡Que me caiga una maldición si les miento! ¡No conozco al hombre! Inmediatamente, el gallo cantó. De repente, las palabras de Jesús pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Y Pedro salió llorando amargamente.» (Mateo 26:69-75 NTV)
“Desde la eternidad y hasta la eternidad, yo soy Dios. No hay quien pueda arrebatar a nadie de mi mano; nadie puede deshacer lo que he hecho.”(Isaías 43:13 NTV)
“Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.” (Hebreos 4:16 NTV)